miércoles, 5 de mayo de 2010

grandes mitos de la maternidad chapter tú: pariendo que es gerundio

Recuerden, pececillos que habíamos salido corriendo hacia la sala de partos...

Y literal, oigan, yo agarrándome la panza como si la Lola se fuera a escapar, correteando por los pasillos dejando un reguero como Pulgarcito pero en versión gore y el Mandarín tratando de poner calma zen, de esa que le gusta tanto.

- A ver, cariño, dije yo muy propia, que estoy tranquila... lo que pasa es que como nos pillen las limpiadoras me van a arrear un estacazo que en lugar de parto va a haber fractura de cráneo, y como que no estoy a favor, así que ... corre¡¡¡

Y corrió, vaya si corrió. Era divertido porque cualquiera que nos viera pensaría que:

a) Éramos unos padres primerizos histéricos.

b) El parto era tan inminente que el bebé asomaba una manita por debajo de la falda...

Nadie en sus cabales hubiera nunca imaginado que en realidad huía de las iras de las limpiadoras del Hospital Piiiiiii.

Llamé a la puerta de la sala de dilatación. Lo del nombre de la sala se las trae. Uno dice "sala de dilatación" y se le encogen las tripas, no?, suena a sala de torturas sadomaso. Pero allí estaba yo, con las aguas "rotas" y en algún pasillo no muy lejano alguna mujer de mediana edad armada con un mocho estaría mentando madres contra mí. No había opción razonable. Salió la matrona que ya había metido mano en mis entrañas. Empecé a sudar.

- ¿Ya? ¿Estamos listas? A ver... pasa...
- He roto aguas... murmuré yo como si hubiera roto un jarrón..

Me tumbaron en una camilla, volvieron a meterme mano hasta la garganta y ví las estrellas, el sol y la luna. Me llenaron de cables conectados a aparatos igualitos igualitos que los de medir la actividad sísmica. (A ver si ahora soy un volcán, pensé, y en lugar de niña me sale lava¡¡). Después de colocarme los cables, la matrona me explicó que los picos del registro eran las contracciones, cuánto más grande fuera el pico y más cerca los unos de los otros, más pronto llegaría el parto.

- Ah, mira... osea, que ahora estamos en la sierra del Guadarrama... cuando lleguemos a los Andes, el bicho sale, no?

La matrona me miró con pena, suspiró, y se fué. Qué gente más rara. El mandarín entró, todo sonriente. Este hombre tiene una capacidad para ser feliz en situaciones límite que me admira. Un día le voy a poner a prueba y ya veremos quién sonríe.

- ¿Cómo te encuentras?, preguntó.
- No te lo vas a creer, pero me jalaba un bocata de jamón (de jabugo, claro).
- Tratándose de tí me lo creo todo, pero esto son los nervios, cariño.

Desde que me había puesto de parto, tenía la oscura impresión de que no me tomaban en serio. El Mandarín. Las matronas. Todos. El mundo entero.¿De qué sirve ser la estrella si no te toman en serio?. Un asco, ya te digo.

Mientras, las contracciones iban en aumento. La cosa va así, más o menos. Tú estás allí, cómodamente instalada en la camilla, colocando y recolocando tu enooorme panzota y charlando con el Mandarín de turno y de pronto... rrrrrroooooooonnnnggggg... un calambrazo de 50,000 voltios por lo menos te atraviesa los riñones dejándote sin habla, sin aliento y doblándote del dolor... Mandarín te pregunta qué puede hacer y se mueve de un lado a otro...te agarras a lo primero que pillas y lo estrujas con una fuerza sobrehumana (ojito a qué nos agarramos, nenas) y contienes la respiración rezando para que pase lo más rápido posible. En el rollo de papel se dibuja una montañita.

Cuando pasa, recuperas el habla y la respiración y le dices al Mandarín que se quede quieto, que no hable porque te pones nerviosa y que se limite a agarrarte de las manos fuertemente y a empujarte los riñones con las rodillas. Sí, como lo leeis. Reiros, pero ya me contaréis si no funciona.

Cuando las contracciones eran cada tres minutos y casi no me daba tiempo a soltar ni una frase subordinada decente, mi matrona hizo aparición y se encontró al Mandarín subido en la cama de rodillas tras de mí, empujando mis riñones y yo apoyando la cabeza en la panza.. un cuadro.

- ¿Quieres la epidural ya?
- Siiiiiiiiiiii, dije yo, pensando que sería como un chute de propofol (en homenaje a Michael Jackson). Un día de estos me hago anestesista, lo juro.

Y entró el carrito de las drogas. Odio las agujas pero si me prometen un buen viaje y encima legal, me dejo pinchar. Así que les ofrecí, cual vestal, mi columna vertebral.

- No te puedes mover ni un milímetro o te podríamos dejar paralítica..
- Ay, qué divertido¡¡ dije, y qué hago con las contracciones?
- Tú verás pero no te puedes mover...
- Pues no sé si parir a pelo, hija...

Y me dió la contracción "Everest" ...coooooooñoooooooo... ¡¡Pincha¡¡ ¡¡Pinchaaaa¡¡¡¡

La anestesista clavó una aguja del calibre .70 magnum special con cánula incorporada por la que, lo juro, cabía un spaguetto. Me hicieron un "bujero" tal que había eco en mis vértebras. La anestesia no la inyectaron: la vertieron con un embudo. Sentí frío en la columna. Por dentro. Era raro. Y molaba. Creo que dije alguna estupidez tipo: me habeis echado granizado en lugar de epidural¡¡¡ o algo así.

Pero llegó la paz.

Adios dolor.

Sonreí agradecida y me quedé dormida. Sí, me quedé dormida hora y media antes de parir.

Eran las 18,30.

Continuará