martes, 6 de noviembre de 2007

La comunidad


El edificio en el que vivo sirvió de inspiración para retratar la casa de los Adams, estoy segura. Se trata de una antigua casa-palacio de las que abundan en el centro de Madrid con una bonita arquitectura clásica, sus molduritas con angelitos coronando los balcones, sus contraventanas de madera, sus buenos cuatro metros de altura en cada planta, sus sex-shop a la puerta con sus putas, sus travestis, sus chulos, sus yonquis y su policía municipal saludando a la perrada y pidiendo los papeles a los inmigrantes que les caen mal.

Uno ve mi edificio por fuera y dice ¡vaya, qué chulo¡ si consigue abstraerse del cálido y emocionante ambiente que le rodea. Yo, que ya me he aburrido de dar explicaciones y me gusta torturar, lo reconozco, me callo mientra abro el portal con una sonrisa invitando a entrar. Se les muda la color.

Entrar en mi portal es especialmente divertido si ha llovido. Un suelo de material desconocido pero brillantísimo en forma de plaquetas horrorosas imitando al mármol rojo veteado ultra-deslizante te desplazará a supervelocidad, si no estás prevenido, directamente a estamparte contra la puerta del ascensor. Eso, si eres delgadito. Porque si estás fornido vas a catar azulejo, fijo. Eso, como bienvenida.

Cuando consigues levantarte, puedes disfrutar (tal que si estuvieras en la Capilla Sixtina) de un "bujero" de tamaño considerable a modo de cata en el techo, que hicieron para evaluar cuánto tiempo nos queda antes de que se desplome el cielo del portal sobre nuestras cabezas. Deduzco que poco, a juzgar por la cantidad de pilares de hierro que apuntalan la escayola que sobrevive desafiando la gravedad.

Los valientes que deciden seguir adelante, se encuentran a la derecha una portezuela que es la salida de la cocina de un restaurante de moda desde donde cienes de asiáticos trasiegan con la compra diaria y la basura. Nada más diré que servidora y sus mejores amigos no van a comer allí.

A la izquierda, una ristra (porque aquello no es una fila) de buzones compiten por ser el más desvencijado, roto, y accesible sin llave. El mío resiste como un valiente.

Al fondo se divisa (porque ni de coña me acerco yo ahí) una escalera de madera que da mucho miedo. En sus tiempos, era la parte destinada al servicio. Hace ciento veinte años. Nunca ha sido restaurada. Creo esa escalera tiene el record de mortalidad de la ciudad.

También tenemos escalera principal, cuyo primer tramo, para que te confíes, es de bonitos peldaños de piedra labrada. Es una trampa. Empiezas a subir, creyendo que es segura y te encuentras en la primera esquina una oscuridad tenebrosa que te envuelve sin una miserable bombilla que llevarte a los ojos, y por si no fuera poco, la firme piedra se transforma en escalones de madera de la misma calidad y antiguedad que la escalera de servicio, solo que más grandes y "crujientes". Como arenas movedizas, en algunos tramos. Vamos, que la comunidad de vecinos está estudiando tener un traumatólogo en plantilla, porque los accidentes son el pan nuestro de cada día.

Pero como somos un edificio señorial, pues tenemos ascensor, que lo del ejercicio es de pobres. Antes teníamos un precioso ascensor de madera labrada con cristales esmerilados al ácido de esos de las pelis tipo "Orient Express" que se paraba cada quince centímetros y te dejaba entre piso y piso. Llevar el carro de la compra cargado y quedarte atrapada con el suelo de tu planta a la altura del escote es una soberana putada. Pero si a esa circunstancia le añades una edad media de atrapados de 75 años, no te cuento la mala impresión que da.

Así que se sustituyó el bonitísimo ascensor que se paraba por decisión propia por uno horripilante de metal verde-colegio que se para por decisión propia.

¿En qué hemos cambiado?, pues en el ejercicio del avance del feísmo. Porque estoy convencida que en mi comunidad hay una decisión deliberada de convertir el interior del edificio en el más feo de Madrid y en el más peligroso.

Si no mueres de la costalada que te vas a meter patinando por el suelo colorao, te puede dar un infarto atrapado en el ascensor, o bien puedes escoger la ascensión por las escaleras (la bajada es para profesionales) faltas de iluminación y con movilidad impredecible.

Y si consigues sobrevivir a todo este compendio de obstáculos, siempre podrás deleitarte con el color rosa bebé sobre fino gotelé de las paredes, cuya mitad inferior están protegidas por una especie de valla pegada a la pared al estilo de la casa de la pradera pintado de verde botella. Todo un desafío al más mínimo sentido estético.

Como pueden suponer, amables lectores, no solo resulta imposible aburrirme en este marco incomparable, sino que he aprendido a dar gracias a la vida todos los días, a lo Joan Baez.

Hagan sus apuestas sobre la diversidad de los atrevidos moradores de semejante vecindad...

P.D.: Resulta que estoy nominada en un concurso de bitácoras, categoría de blog personales. Pueden hacer sus votaciones aquí. Si gano, les recompensaré con una visita guiada a mi edificio.