lunes, 10 de septiembre de 2007

Qué muerte más tonta



¿Saben lo que es el acoso laboral?, ¿eso que en la modernidad en la que vivimos se llama ahora mobbing?.

Yo sí.

Lo sufro en primera persona (y en segunda, y tercera y hasta en plural mayestático) desde hace... bastante. Demasiado. Aunque claro, desde el punto de vista del Terminator, pues nunca es suficiente, digo yo. Y como para la tortura y para la cocina hay que ver qué imaginación tenemos los seres humanos, pues aquí mi Terminator gusta de experimentar conmigo diversas prácticas dañinas. Yo no se si este hombre está escribiendo una tesis o algo y me ha tomado de cobaya, que yo no es que me niegue, pero que me pague, que yo por dinero hago de todo, menos morirme y comer membrillo. Vale, tampoco salto el potro.

Su última ocurrencia ha sido congelarme. Está en ello. Vamos, que si no escribo este post, me quedo tiesa. No escribo para ilustraros, no, escribo por una cuestión de supervivencia. Si me quedo quieta, estoy segura que me empezará a entrar el sueño ese que le da a los exploradores que van a la Antártida y se quedan sentados en mitad del camino porque ya no pueden más y le dicen a Nelson (porque siempre hay un Nelson) que les deje echar una cabezadita. Y Nelson que tiene una prima esquimala y sabe de esto, le dice que no, que se levante, que no sea huevón, que la palma así, a lo tonto, cuando hay un montón de bacalao y cóctel de mariscos esperándoles en el iglú.

Y ahí ves al pobre Nelson que termina cargando con el imbécil que se duerme, porque con la charla que le ha echado, se ha aburrido y se ha hecho una almohada con unos líquenes y se está quedando frito (es un decir, ya quisiera él). El pobre Nelson tiene que llevar a cuestas al imbécil que luce una sonrisilla imbécil con las babas colgando como estalactitas, duras, duras. Porque los perros, viendo el percal, han salido de najas derechitos al iglú. Para que luego digan que los perros son tontos. Los perros esquimales, no, desde luego, eso lo han aprendido despues de muchas generaciones cargando con imbéciles somnolientos. Ahí se van a quedar.

Y ustedes, que son malas personas, dirán: ¿Y porqué no deja Nelson ahí tirado al otro por imbécil?. Pues hombre, por humanidad... no, qué coño, para qué nos vamos a engañar... es que si no regresan todos los expedicionarios vivos y completos al Instituto de Geofísica de Valencia, no les renuevan el contrato. Y no está la cosa como para perder el trabajo.

Pues a lo que iba. Que yo, que no tengo un Nelson a quién ladrarle y por eso me veo obligada a ser super lista y autosuficiente, les escribo a ustedes, con cariño y un frío que se pelan las patatas, a ver si entro en calor y sobrevivo esta media hora que me queda.

Terminator me pone (porque SE que me lo pone a MI, dedicado) el aire acondicionado a tope y se larga a la calle con la mano en la cintura. Se debe partir de risa en el ascensor, mientras acaricia la idea de verme convertida en rollo Frudesa. Y encima, el aire acondicionado de este lugar de sufrimiento, no tiene término medio: a tope o nada. Como doble o nada, pero en frío. A menos 10 grados tipo congelador cuatro estrellas ando yo ahora. Con un jersey de lana de cuello bastante bonito, todo hay que decirlo. Escribiendo para evitar convertirme un cubitos, en una estatua rígida de hielo, frágil, rompible... si es que ya me lo imagino en su cubil, con una bufanda, gorro con orejeras, guantes de lana y anorak de plumas, esperando su gran momento en el que me vuelva dura (¿será este el método?) y se acerque hasta mí con un martillito la mar de mono para hacerme ¡¡clink¡¡ y echar mis orejas a la cocacola. O quitarme una mano y sumergirla en un batido para hacer rico helado. Aplicaciones tengo un montón, que no se diga que yo no valgo.

Tan pronto se larga, me lanzo sobre el pitorro que me devuelve a la vida y lo giro con furia, con rabia, con ganas de dejarlo fijo con superglue a ver si se queda ahí y ya no me tortura con esto más. Coño, que se estruje el magín que este recurso ya le está durando mucho. Vaya una mierda de torturador que tengo.

El problema es cuando regresa. Que yo estoy convencida que tiene un radiador amén de todo el armario de invierno escondido en su despacho, sólo para poder seguir jodiendo agusto, porque esta temperatura polonórtica sólo la soportan los pinguinos y el cargador de Nelson. Pero yo no digo nada. Aguanto estóicamente como un fakir del frío. No pienso darle la satisfacción de rogarle. No, Terminator, no me oirás suplicar. Porque como todo el mundo sabe, demostrar debilidad ante un acosador es atizar las ganas de torturar. Y yo pues soy muy chula, oiga. Y además, el frío afina la piel, y con un poco de suerte, el culo, que buena falta me hace. Aquí se aguanta con un par, hombre, que no se diga, que mi madre es vasca.

Uyyy... qué vahooooo...

Menos mal que ya es hora de comer y hemos sobrevivido, ustedes y yo. Me dispensan, queridos, que voy a poner las manos a cocer.