miércoles, 27 de octubre de 2010

lecherismo

Acabo de leer un post de Heike sobre el "lecherismo", fenómeno que ella define como "Dícese de la actitud ante la vida basada en vivir en el cuento de La Lechera de manera habitual". Pues bien, amigos, es la historia de mi vida.

El cuento de la lechera no os lo voy a contar aquí, que ya estais mayorcitos y os presupongo con una infancia leída. Y como todos os lo sabéis pues yo me alineo con Heike y me declaro fan del lecherismo, o más que fan, lo correcto sería decir "víctima" porque el lecherismo no trae nada bueno, señores.

De niña estaba convencida que iba a ser otra Schliemann y me ponía a escarbar en el jardín de casa buscando tesoros. De adolescente (a los doce años) que Mick Jagger iba a abandonar a la petarda de Jerry Hall por mí y nos íbamos a casar en las Barbados. Aquí el plan era más complicado porque se suponía que el señor Jagger se presentaría en mi casa a pedir mi mano, no se sabe cómo. Pero yo lo veía clarísimo sin tener en cuenta que yo:

a) no era supermodelo, como todas sus novias.
b) qué se le había perdido a él en mi pueblo.
c) no hablaba inglés más allá que la repetición fonética de sus canciones.
d) no nos conocíamos.

Más tarde estudié diseño de moda enamorada de las creaciones de Antonio Alvarado y Manuel Piña pero me topé con la realidad en forma de una profesora de costura y patronaje que me tenía ojeriza porque yo no iba a sus clases. "A mí que me cosan, coño -pensaba yo toda arrogante- los tecnicismos no me van que para eso soy una creadora". Suspendí, claro.

Después me matriculé en Historia, pero soñando con especializarme en arte. Y tuve que dar con una buenísma profesora de prehistoria que me hizo replantarme cambiar el arte por la paleontología. En segundo, mi profesor de etnología me convenció que lo mío era la antropología y así llegué al despacho del decano de una universidad privada para tratar de cursar sociología, el camino más cercano para llegar a antropología. La conversación fue más o menos así:

- Pero tú estudias historia? -señor decano-
- Sí, señor, por la tarde, en las mañanas trabajo hasta las dos.
- ¿Y a qué horas pretendes hacerlo? porque sólo hay dos turnos, mañana y tarde, son cinco horas lectivas...
- ¿Y si no duermo, me darían clases por la noche?

Aquel decano con sus detallitos sobre horarios me hizo fracasar como la brillante antropóloga que pude haber sido.

Luego me dió por vivir en otros lugares. He vivido en Londres, donde iba a retomar mis estudios de diseño en Saint Martins. En Lanzarote, donde iba a abrir un bar chill out con la mejor música de la isla. En Lisboa porque me gustaba la luz del atardecer y las casas tenían balcones altísimos. En Culiacán porque me iba a casar con un aprendiz de narco y yo podría estudiar la narcocultura en directo. En un pueblo pequeño pequeño para que mi hija pudiera ir al cole en bici y yo pudiera tener un huerto y el mandarín hacer su taichi mirando el río pasar.

Todo, huelga decirlo, sin moverme de mi ciudad, sin salir de casa, vaya. En mi imaginación prolífica y poderosa.

Mi última adquisición es lo que yo llamo "la acera de los sueños". Cuando voy cada mañana caminando a la oficina, circulo siempre por la misma acera y voy imaginando cómo voy a repartir los diez millones que me van a tocar en la lotería. Cancelamos las deudas a los amigos y familiares, compramos una casa enorme con jardín, y yo no tendré que dejar a mi pequeña en la guardería de las monjas-cuervo más porque podré ocuparme de ella.

Lo malo, queridos, es que ni siquiera juego. Y así el lecherismo sigue creciendo.