martes, 26 de febrero de 2008

San Valentín: el horror te acecha, nena

Como todos ustedes saben (y muchos sufren, otros pocos disfrutan) el pasado 14 de febrero se celebró San Valentín. Hay mucho ilusionado suelto por ahí sin nadie que lo amarre a una farola y luego pasa lo que pasa. Se nos va la mano y hacemos barbaridades. A ver, almasdecántaro, que está muy bien estar enamorados, que mola hacer y recibir regalitos (sobre todo recibir), que mola menos ponerte en plan "rogelio" y hacer un alegato contra el consumismo estúpido, la trampa del romanticismo barato por imposición del calendario como excusa patética para no rascarse el bolsillo porque este tipo de actitud va en contra de la economía y luego nos regaña Rajoy por no gastar, hombre, un poco de solidaridad con el corteinglés, pobrecicos...
Bueno, como quiera cada quién, a mi me gusta celebrar todo, festivalera que es una.
Pero todo tiene un límite.
Y algunas personas lo desconocen peligrosamente.
El sábado pasado asistí a una cena-fiesta en casa de mi hermana. Mi hermana es genial, guapísima, buenísima persona y un montón de virtudes más que no pienso exhibir aquí porque justamente me faltan a mí. Pero es un poco pija. De esas que te ponen las aceitunas con pinchitos metálicos de diseño. De esas.
Así que imaginad que estar enamorado de mi hermana y empeñarte en conquistarla a base de regalitos, cuyo máximo momento de esplendor es lucido por San Valentín en forma de... ejem... en diversas formas que ahora ilustraré, pues es una apuesta suicida, se los puedo asegurar.
Así, estábamos charlando sobre los regalos de cada quién (y los no-regalos) cuando mi hermanita, envalentonada por el vinillo anunció:
- Yo ya no puedo más, de veras, ya no puedo más. Este año se ha superado a sí mismo. ¿Cómo puede pensar que le voy a hacer caso cuando me regala esto?.
.
- Arggggggghhhh... -grité yo, sin poder contenerme- ¡¡¡¿Pero eso es legal?¡¡¡.
Advierto que la foto no es del objeto aludido porque mi cámara se negó a fotografiar aquello, pero os podeis hacer una idea. El original era una suerte de joyero en cristal rojo pasión, con forma de corazón, aderezado con una cinta en encaje blanco y dorado -en serio- y rematada en la tapa con un "tocado" de plumas de pollo teñidas de colorao con un centro de diamante de plástico. Por si no era suficiente, la tapa por dentro tenía un espejo pa que te vieras la cara de "quesquesé semejante horreur". Ni el más florido verbo alcanza para describir fielmente la sensación de espeluzno que recorrió como calambre en el ala de la mesa a la que nos sometió a esa visión.
- Pues hay más, dijo mi hermana ya crecida por la acogida, a cual peor... ya vereis...
Y abrió un armario y sacó unas "cosas" que depositó sobre la mesa, esperando nuestras reacciones. Se ve que la mujer tiene mucho pudor, porque sólo sacó dos objetos, pero dijo en tono de muchomiedo que había más...
Cosas como esta...



O esta...



¿Qué?, ¿cómo se les ha quedado el cuerpo?. ¿A que les va a costar comer hoy?.
Pues imaginen verlo en directo. Inenarrable. Una cosa tremenda. Me entró una compasión enorme por mi hermana, qué paciencia, que galanura la suya de recibir año tras año esos horripicios sin un insulto ni nada, y pensar que tiene que trabajar con ese tipo cada día... yo me hubiera cambiado de empresa al primer sanvalentín, no jodan. ¿Cómo tendrá la casa el gañán?, mami, qué miedo...

Y me dí cuenta de la inmensa inmensa suerte que tengo yo, que a mí el repartidor de mandarinas, hombre cabal, me regaló un arroz abanda espectacular y un polvo de los que hacen historia de la universal.

Madre mía, de la que me he librado, señor...