viernes, 5 de septiembre de 2008

Lo extraordinario de lo ordinario

Mi hermana la Negra sin Alma y yo tenemos una conexión que desafía las distancias y el tiempo y todos los obstáculos del mundo, manteniéndonos obstinadamente unidas y parejas en nuestros avatares existenciales.

Ahora, la Negra se ha enamorado hasta los tuétanos y está alucinando porque es correspondida felizmente y el tipo le ha propuesto que arrejunten sus vidas bajo el mismo techo. La Negris está emocionada, radiante y brinca de contento, pero está asustada porque es -qué ternuritas- su primera vez.

Y es que, claro, no es lo mismo ser novia de 7 a 12 y "hasta mañana", o de finde apasionado, que levantarte con el cabello hecho una selva cada día y un tipo mirándote conteniendo la risa desde la misma cama de que tratas de salir con dignidad (porque hay un tipo mirándote divertido). Da miedo, no digan que no.

Una puede organizar una cena esmerándose en la cocina para sorprender y seducir al galán, y regar por la casa un bosquecillo de velas aromáticas pa´ dar ambiente. Se puede peinar y maquillar y vestirse como señorita. Hasta correr a esa lencería tan cara y gastarse medio sueldo en un conjunto elegantísimo que nos haga sentir una femme fatale y abrocharlo todo en su sitio, para luego quitárselo ante él como una profesional aunque tenga que haber ensayado ante el espejo veinte veces. Una es capaz de eso y de más, no nos reten.

Pero, ¿qué pasa cuando el galán está ahí, todos los días, instalado?. Ta´ cabrón que le montemos el chou de las velas y a no ser que ganemos un pastón, el repertorio lencero no tardará en repetirse.

En la vida cotidiana hay que hacer compra, pagar facturas, limpiar la casa y un montón de cosas que, en principio, distan mucho de ser románticas y glamourosas. Cuando comenzamos una convivencia, una suele creer que todos los días habrá flores frescas sobre la cama y sonarán violines a nuestro paso. Y todo estará límpio como por arte de magia y la nevera llena de delicatesen, porque como estamos enamorados... no?... Pos no, oiga. Mucho me temo que no.

Cuando se es novia a tiempo parcial, o amante, o lo que sea que no implique una convivencia, se tiende a magnificar el momento que se pasa con el amado y a preparar escenarios y actividades especiales, mágicas y estimulantes que son precisamente mágicas porque son circunscritas a un tiempo limitado, restringido. No se va a poner una a limpiar el baño con el short viejo cuando recibe a su amorcito, no?.

Pero cuando se convive, en algún momento hay que limpiar el baño y ponerse el short viejo. Y el otro nos va a ver. No hagamos dramas, coño, que tampoco es para tanto.

Conocí a una tipa que, tras casarse, se levantaba una hora antes que su contrario para alicatarse hasta el techo y que este no la viera nunca sin arreglar. Qué estrés, por dios. Anda y que le den. Ni que el otro estuviera siempre vestido como un dandy mostrando su mejor perfil y con el humor que más nos conviene en ese momento.

Lo que pasa es que a mujeres como la Negra y como yo, ciertamente acostumbradas a relaciones con un nivel de intensidad grado 8 sobre 10, capaces de cruzarnos el mundo por echarnos a la cara a un cabrón para que nos diga que ya no nos quiere, siendo amantes de tipos con esposas que te quieren borrar del mapa con reguero de sangre incluído, novios inmaduros, psicópatas, perrodelhortelano, freakies, artistas y demás buenos-pa´-nada, nos asusta enfrentarnos a la normalidad.

Podemos soportar situaciones que a otros les podrían los pelos de punta y nosotras tan panchas. Podemos sufrir horrores por un tipo más cabrón que bonito que te jode la vida hasta los extremos y seguir ahí. Podemos entender que nos digan que no.

Pero vivir lo ordinario, que te quieran y dejarte querer sin aspavientos, sin neuras, sin sufrimientos, nos desarma. Tener que armar la de san quintín para encontrarte a escondidas con alguien, es pan comido para nosotras. Pero llegar a casa cada día y que esté con una sonrisa el mismo tipo todos los días, se nos hace lo más extraordinario del mundo. Tanto que revisamos las rejas de la casa para cerciorarnos que si sigue ahí es porque quiere, no porque no pueda huir.

Sabemos sobrevivir en lo extraordinario porque ha sido lo normal para nosotras. Pero lo ordinario, lo cotidiano, el día a día, con sus compras, su don límpio, su "ya no hay leche", su abrazo cálido al despertar, es lo verdaderamente extraordinario.

Y es, en realidad, lo que llevamos tanto tiempo buscando en lugares exóticos sin darnos cuenta que podemos tenerlo en nuestra propia casa.

Ya era hora, querida. Ahora disfrutémoslo. En la paz de saberse, al fin, normal, ordinaria. Como todas.