jueves, 27 de septiembre de 2007

Pequeños secretos


Salí ayer de la oficina y fuí a comprar una botella de vino de Toro en una tienda a la que voy sólo por dos motivos y ninguno es por su bodega. El local se llama Licores Picor. Con ese nombre, me tienen asegurada de cliente. Y si encima la dueña parece (he dicho parece) un exprostituta retirada a base de mamadas extra para inflar la hucha, con el cabello teñido de platino y se dirige a mí como "cariño", tal si fuéramos colegas (no, si yo no cobro) pues ustedes comprenderán, me tiene ganado el corazón.

Me presenté en casa pensando que estaría sola y con la idea de tomarme una copa de vino mientras confirmaba si el indio se había marchado o no. Ayer tenía su billete de regreso a México. Ayer podría haberse subido en ese avión y dejar atrás su vida aquí, yo incluidísima. Dependía su decisión de cuestiones laborales que, como viene siendo habitual en nuestra relación, se definen en el último minuto. Este vivir al borde de un abismo constante me ha revelado como una funambulista que ríete tú de Pinito del Oro. Creo que "calma", "tranquilidad", y "ya veremos", son las palabras y términos que más he repetido en el último año.

Y como me tiene muy bien enseñada en ese relativismo optimista y antidramático que él lleva a los extremos, y sobre todo después que el martes nite me soltara, sonriendo:

- Cariño, mañana me voy a México.

Y sabiendo que es capaz, muy capaz, de hacer cualquier cosa inesperada, tomé la única decisión satisfactoria que podía llevar a cabo sin grandes esfuerzos: tomar una copa de vino. O dos. O la botella entera. A solas conmigo misma que es como hay que enfrentarse a ciertas situaciones: a solas y con una copa de vino.

Mi plan era disfrutar el momento. El momento que fuera. Si se había ido, su marcha. Si había decidido quedarse, su permanencia. Pero estaba convencida que fuera como fuese su decisión, no estaría en casa a esas horas.

Como habeis podido deducir, pajarillos, estaba. En el país, en la ciudad y en casa. Así que me chafó el plan de disfrute individual y egoísta. Si se hubiera ido, había decidido celebrar no el hecho de su partida (porque eso me rompe el corazón), sino el inicio de una nueva vida, sin él, una vida nuevecita a estrenar en la que podría volver a reinventarme. Lloraría después. Mucho muchísimo, seguro. Pero ayer no. Ayer era para celebrar lo que fuera que me deparase el destino.

Pero allí estaba, editando fotos como poseído. Se impone improvisación. Subí a saludarle con la botella en la mano. Se la planté delante de la pantalla.

- ¿Celebramos?
- Sí, celebramos... (qué remedio, hijo)

Y como cada vez que hago un plan, salió todo al revés. Ni pude celebrar sola, ni, en la siguiente opción posible -según yo- en su compañía para acabar en la cama retozando, siguiendo el guión que me voy inventado sobre la marcha.

Pues no. En quince minutos llegó Bruno a casa, disfrazado mentalmente de asesor fiscal, para hacerle la declaración del 2006 a mi poblano hermoso, que como podeis imaginar, no es el hombre más ordenado de la tierra. Así ni sola, ni a duo.

Me serví una copa de vino, encendí un cigarro (va por tí, Mondo), salí al balcón y estuve hablando como cuarenta minutos con mi amiga Hidra sobre hombres, los propios, los ajenos, deseos, infidelidades, coartadas y anécdotas.

Cuando Bruno se fue, tras terminar el vino y la reserva de cerveza que teníamos, nos quedamos solos, charlando. Repasamos nuestra relación, hablamos de nuestras carencias, de lo que tenemos y de lo que nunca tendremos, de nuestras debilidades y de lo que nos hace fuertes. Tu honestidad, le dije, es lo que más me gusta de tí. Esta ausencia de mentiras, de falsas esperanzas, de promesas que no se cumplirán que tanto desasosiego causan a otros es la que me permite seguir queriendo estar a su lado. Los secretos que ambos tenemos no alteran el resultado final, son tan pequeños e irrelevantes que no afectan más que en lo anecdótico.

- Querías que celebrásemos juntos que me quedo, ¿verdad?, y no pudo ser.

Pues no, no pudo ser. Pero no porque estuviera Bruno, sino porque estabas tú, cariño.

Pero ese es mi secreto. Pequeño. Irrelevante. Y mío.

Foto del indio.

Malverde, gracias.