martes, 30 de noviembre de 2010

Infancia es destino?

Sinceramente, queridos, espero que no.

O mejor dicho: espero que no sea hereditario.

Porque esta que os quiere (no a todos, seamos francos) tuvo una infancia, digamos, peculiar. Y no es que reniegue de mi pasado pasadísimo, que he aprendido a reconciliarme con las partes que no me gustaban. Más bien se trata de que la enorme originalidad con que fuí educada me convirtió en "la rara del cole", factor discriminatorio a más no poder que de no llevar puesta la coraza de una autoestima grande como la catedral de Burgos, hubiera acabado formando parte del mobiliario de algún afamado psiquiatra infantil.


Pero cuando has nacido en el 69 y te has criado en un pueblo, de eso no hay así que toca sobrevivir.

De mis primeros recuerdos en la escuela de monjas a la que me llevaron, sobresale el retrato de Franco presidiendo la clase. Yo pensaba que se se parecía a mi abuelo materno y que debía ser el abuelo de la sita Andrea, mi maestra.

Me han contado que un día, en clase de religión, osé alzar la voz contra la sita Andrea discutiéndole la bonita historia de Adán y Eva, y sosteniendo que aquello era un camelo de los gordos porque el hombre descendía del mono y no de dos incautos con taparrabos perdidos en un vergel idílico. Tenía cinco años y una mirada angelical. Pero a mí que no me vinieran con cuentos que mi padre era rojo y Darwin era un dios en casa (y Franco aún no la había palmado, amo el riesgo, ya veis).

Al curso siguiente estrenaba cole nuevo. Laico, claro. 

Mis padres esperaron entonces dos años tras la muerte de Franco, para asegurarse que no resucitaba ni nada, y se separaron. Eran los setenta. En España. En un pueblo donde todos nos conocíamos. Conmoción. Shock. Escándalo.

Mi madre nos llevó a vivir con sus padres a un piso triplex en la Castellana tan grande y oscuro que nunca me animé a investigarlo entero. Me cagaba de miedo con solo poner un pie en la escalera que daba al piso superior. Todo el mundo en la megacasa aquella no escatimaba esfuerzos por disimular su disgusto por la situación. No recuerdo que nadie nos prestara una especial atención, ni cuidados ni nada. Ahí te las ventilabas sola. En aquella época, los niños eran invisibles y apartados de todo.

Gracias al historial familiar, mi madre nos coló en mitad de curso en su antiguo colegio suizo. Éramos las recién incorporadas, las nuevas, las hijas de una separada. De pueblo, encima. Aunque yo estaba encantada de llevar uniforme y dejar en el armario los eternos pantalones de pana. Y de tener una compañera de pupitre sudafricana que presumía de ser un vampiro. Cada raspón que me hacía en las rodillas, le alargaba la pata para que me lamiera la herida.

Pero aquello no duró mucho y regresamos al pueblo. Nueva casa, nuevo cole (sin uniforme, jo) y nuevos aires para mi madre que le invadió el espíritu de Carmen Martínez-Bordiú y decidió que nos criara mi padre. El escándalo aquí alcanzó cotas legendarias.

Mi padre se encontró de la noche a la mañana con un par de crias a las que había que mantener vivas el mayor tiempo posible y no sabía cómo hacerlo. Así que pensó que cuanta más gente participara en nuestra educación, mejor. Y la que había sido la casa familiar se convirtió en "la casa de tócame roque". Allí todos los días había fiestas. Venga gente desfilando, cocinando, bebiendo, bailando.

Bienvenidos músicos, pintores, fotógrafos, escultores. A ser posible, de izquierdas y separados. Parecíamos el club de Toby. Todo el mundo era artista y raro. Pero era muy divertido aunque cada dos por tres nos cortaran la luz o el teléfonos por olvidar pagarlo. Aunque el agua se congelara en las tuberías del frío que hacía. Bailábamos samba para entrar en calor. Agarrábamos la manguera del jardín y regábamos el cole de monjas que había enfrente, preferiblemente en horas de clase.

Mi padre nunca fue al cole a hablar con los profesores ni nos ayudó a hacer los deberes. Pero con diez años conocía tan bien el románico, el gótico y el barroco que aprobé arte de primero de carrera sólo con recordar mi infancia. A mi padre le importaba poco si aprobábamos matemáticas pero sí que distinguiéramos a Mozart de Bach. Y que conociéramos el cine de la Nouvelle Vague y del neorrealismo italiano al dedillo.

Mi padre jamás fue a una representación del colegio ni a las exhibiciones de gimnasia rítmica. Pero nos llevó siempre con él a todos los viajes y nos compartía con sus amigos, como uno más de la pandilla que siempre nos acompañaba.

Mi padre jamás nos llevó ni nos recogió de ningún cumpleaños o fiesta de gente del cole. Pero nuestros amigos siempre eran bienvenidos y era frecuente que nos los lleváramos a escalar, a escarbar en yacimientos abandonados, a hacer espeleleología o a estudiar catedrales.

Mi padre nunca nos habló de la homosexualidad pero sus mejores amigas eran cinco lesbianas y crecimos sabiendo que era otra forma más de quererse.

Mi padre nunca se preocupó de cosernos un roto del pantalón o de llevar la ropa perfectamente límpia, pero nos enseñaba a comer quesos y foie como señoritas elegantes.

Claro, esta forma de vida tuvo efectos en nuestras pequeñas mentes que nos marcaban como "distintas". En lugar de ver el "un,dos, tres" mi padre me encasquetaba las obras completas de Moliere, y lo peor es que yo me las devoraba y suplicaba más, como una yonqui. Y luego el lunes no podía jugar en el patio porque no me sabía el "un, dos, tres". Y os aseguro que a nadie le apetecía verme recitar diálogos de "El Enfermo Imaginario".

Como podeis imaginar, me aburrían sobremanera. Pero una parte de mí, quería ser como ellos. He aquí el quid de la cuestión.

Que tus mejores amigos cuando tienes 11 años sean los amigos de tu padre, no es muy normal. Y supongo que tampoco es muy sano.

Por eso espero ser un poco más lista y dejar que mi Lola tenga un desarrollo normal. Que lea "Teo en tren" como primera lectura, por ejemplo, en lugar de "La Odisea", como yo.

Que así me he quedado y he terminado escribiendo un blog porque no hay quien me aguante. Hombre.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Crianza con apego: what a fuck???

Queridos pececillos;

Probablemente a todas las mujeres que hemos sido madres (o lo van a ser en un futuro próximo) y que tengan un mímino de curiosidad y ocio para perder en la blogosfera y/o foros de maternidad, les ha tocado en suerte toparse con esta corriente que levanta pasiones tanto a favor como en contra que se hace llamar "crianza con apego".

Será que soy una madre desnaturalizada, oigan, pero a mí estas modas me parecen una soberana chorrada.

Soy una mujer trabajadora a jornada completa que no puede permitirse el lujo de pedir una mísera reducción de jornada porque no llego a fin de mes, no digamos ya una excedencia.

Me parece genial que algunas señoras decidan aparcar su vida laboral y se dediquen a criar. Yo no puedo. Pero es que tampoco lo quiero, ya ven, lo que les digo: una madre desnaturalizada.

Me tiré seis meses de baja maternal dedicados en exclusiva a mi Lola, practicando una muy feliz lactancia natural, cambiando pañales y durmiendo con ella muuuchas noches. Lo disfruté mucho, de veras.

Pero también me gustó regresar a mi trabajo y dejarme de sentir una ama de casa que espera a que regrese su marido con el plato caliente sobre la mesa y la casa límpia. Hubo momentos en los que sentía que los días eran iguales, que yo estaba fuera del mundo flotando en un planeta que olía a leche y loción de bebé, alejada del trepidante ritmo al que viajaban los demás: suspendida en un limbo alienante y monótono.

Me aferraba a los informativos como si fuera el único cordón umbilical con el mundo de ahí fuera en el que los demás estaban y yo no.

Regresé a mi trabajo, como digo, y me gustó. Pero la Lola se despertaba cada cuatro horas pidiendo leche. Por más que le explicaba yo que ahora mamá debía descansar para poder ir a trabajar más o menos despejada, ella a lo suyo y berreaba y berreaba hasta que la daba su dosis acostumbrada.

Tras un mes de incorporación laboral y noches sin fin, quería yo morir, que la Lola heredara todos mis bienes (y deudas) y se comprara una central lechera para ella sola.

Estaba tan mal que una amiga se apiadó de mí (Gracias, Cris) y me habló del método Estivil. Sí, ese método cruel y desalmado según las acólitas de la crianza con apego, ese. Pues mano de santo. La Lola el tercer día dormía doce horas (doce¡¡, ustedes imaginan?) seguidas. Pensé que se había muerto. Pero no, ahí seguía la tía, roncando a pata suelta, como una bendita.

Me salvó la vida. Literal. A mí y al Mandarín y a todos los vecinos que tan pacientemente nos han soportado.

No practicamos colecho, salvo que esté enferma. Ella tiene su cuna, nosotros nuestra cama y las arañas, las grietas de la pared. Cada quien en su lugar.

Conozco una pareja que desde que tuvieron a su nena, él duerme en el sofá para dejar su sitio a su bebé, que duerme con la madre. ¿Les parece normal esto?. ¿Es sano que un niño de casi tres años duerma con la madre mientras ha de hacerlo el padre en el sofá, sin que el pobre se haya gastado los ahorros en un bingo o haya traído una esposa rusa?. Ustedes dirán...

La crianza con apego mantiene que es de vital importancia para la supervivencia del niño que sea capaz de comunicar sus necesidades a los adultos y que estas sean atendidas sin demora.

Pues mire usté, tampoco estoy de acuerdo. Sobre todo, en el "sin demora". Cuando la Lola, como hoy, quiere "cuatrosinco" que quiere decir subir y bajar la escalera tropecientas veces, se tiene que conformar con una y da gracias. Porque mamá tiene que hacer la comida y marcharse a trabajar de nuevo y no puedo estar cuatrosinco dos horas que no tengo.

Frustración, querida Lola, esto se llama frustración. Bienvenida a la vida, pequeña. Yo no tengo un ático con terraza y cuatro habitaciones y tú no tienes cuatrosinco. Así son las cosas y todos lidiamos con ello.

Me parece que nos estamos volviendo un poco locos con tanta norma, tanta moda y tanto panfleto... seguiré otro día, que esto da para mucho.

martes, 23 de noviembre de 2010

Una de dramaqueen

En estos días me he visto envuelta, sin yo quererlo, en un enredo sentimental tipo culebrón de cuarta regional. Que las mujeres somos malas malísimas cuando nos sentimos heridas es una verdad que a ver quién es el guapo que me la rebate. Que hay tipos sueltos por el mundo que se merecen las siete plagas de Egipto, pues también.

Cuando a uno le rompen el corazón en pedacitos, es fácil que llegue el momento en que se sorprenda a sí mismo imaginando torturas que infligiría al otro con sumo deleite en su Guantánamo emocional: ese parque de atracciones del dolor en el que encerraríamos al objeto de nuestros desgarros de por vida y más allá.


Se hace lo del manual: llamas a todos tus amigos y les dejas sin cenar porque te tienen que escuchar el detallado relato de sus infamias, hay que ver, quién lo iba a decir con lo majo que parecía. El que osa decir "si ya te lo decía yo" se juega la vida.

Esto lo sabemos todos, no?. El Mandarín no cuenta porque hace taichi, come algas, nunca le han roto el corazón y después de tres años sigue queriendo estar conmigo, así que es obvio que no es humano.

Lo normal es que tras agotar el bono de mil minutos de lloreras e insultos con tus amigos más pacientes, las diez borracheras de rigor y algún patinazo en forma de mensaje a deshoras o mail victimista, una se sacuda la melena y se ponga a la tarea de la reconstrucción cargadita de promesas para consigo misma llenas de respeto y dignidad (lo que quiera que eso signifique para cada quién).

Pero a veces, la carga de odio trasciende el dolor y se encomieda una a la sagrada misión a la que le va a dedicar sus energías más abyectas: la Vendetta...

A mí las venganzas sólo me gusta imaginarlas, qué quieren que les diga. Reconozco la labor terapéutica del repaso mental del catálogo de horrores y es un consuelo (íntimo e inútil) saber que puedes llevarlo a cabo. Yo misma he asesinado de múltiples formas a unos cuantos cientos de indeseables de manera virtual y me he quedado la mar de pancha.

Otro menos, me digo, y duermo como lirón careto.

Pero de imaginarlo a llevarlo a cabo va un mundo, oigan. Un mundo de trabajo, esfuerzo, horas dedicadas a una tarea de algo más que incierto final y con menos garantías de satisfacción que una noche de lujuria con Bendicto XVI.

No, amigos, la venganza no es para mí. Me vence la pereza y que lo castigue otro, que yo no tengo tiempo, ni ganas de ensuciarme.

Amos venga voy a estar yo persiguiendo al tipo a ver por dónde le pillo para darle su "justo" castigo. Como si no hubieran blogs que leer, pelis que descubrir o vinos por descorchar.

Ay, amigos, qué extraños vericuetos tiene el alma de algunos que se aferran a los que les daña con el único propósito de causar más daño.

Y qué perezón, señor...

martes, 16 de noviembre de 2010

Ideas para regalar



Queridos todos;

Ante la inminencia de las fiestas navideñas y como luego os pilla el toro a última hora haciendo compras como locos en cualquier gran cutre-superficie, os voy a dar unas ideas que os van a solucionar unos cuantos compromisos de la mejor de las maneras.

A la tía Enriqueta, la solterona, esa que se tiñe el pelo de lila o rosa (la tercera edad es muy punk y no se lo tenemos lo suficientemente reconocido), que hace pañitos de ganchillo hasta para poner el papel higiénico y siempre te agarra del brazo haciendo cepo, mientras te susurra al oído:

- A tí, que eres mi favorita, te voy a legar mi colección completa de Lladró, la buena... (y tú sientes escalofríos de pensarlo)

A esa buena mujer, podeis hacerla muy feliz si la obsequiais con alguna figurita de Jessica Harrison que es una artista super maja con una infancia super feliz, tal y como se refleja en su obra.

Al bebé de la casa (esto no es válido para los hijos propios) pongamos al sobrinito ceporro y llorón que pone la banda sonora de cada celebración con sus llamadas de atención, sus gritos y pataletas ante el estoicismo de sus padres que han perdido todo sentido del respeto por el oído ajeno, nada mejor que algún complemento de Shi Jinsong, artista chino, experto en educación infantil.

Ya vereis como no se vuelve a oir ni una mosca, oye.

A mamá, obsesa de la limpieza, capaz de sostener y manejar a la vez, cual diosa Kali, el matamoscas, el cucal, trapos varios, la escoba, el recogedor y la aspiradora a la búsqueda del bicho infecto que no la dejará dormir hasta que sea ejecutado públicamente (y con escarnio previo), ¿qué mejor regalo que un fabricador de bichos, para que siempre esté ocupada?

Se pueden realizar en varios sabores, para que no digan.

Desde Chez Tribeca seguiremos investigando el mercado para ofrecerles muy pronto nuevos gadgets para solazarles.

Aprovechen, pececillos, estos consejos que les damos y verán como alguien les estará muy agradecido. Puede que no exactamente el destinatario del regalo, pero alguien se parte, seguro.

De nada.

martes, 2 de noviembre de 2010

recaudemos como sea


Esta mañana he ido a dejar a mi Lola en la guardería, como cada día, buscando maletines olvidados por la calle repletos de euros procedentes del blanqueo de capitales o de la financiación ilegal de los de las gaviotas, a ver si salgo de pobre y no tengo que entregar a los brazos de la monjacuervo a mi retoño sin cristianizar (aún y por muchos años).

Cuando hacíamos el trasvase de manos, me suelta la monja:

- Hay que pagar esta semana 30 euros.
- 30 euros?, pregunto yo, porqué?

Si me dice que porque se lo ha pedido dios, la arreo.

- Por los libros... dice suavemente mientras desvía la mirada hacia otros niños.
- Oiga, cómo que "por los libros"? ¿qué libros?, si mi hija tiene 16 meses¡¡ no sabe leer¡¡

Aquí la monja pone el modo on "que soy india y no me entero" y repite con su voz suave:

- Pues por las fichas, los libros y las fichas que usan...

Miren ustedes, he decidido no seguir indagando. Acepto el pago, qué le vamos a hacer. Cuando una tiene un bebé que en cuanto te das la vuelta se come una caja de tornillos (y los tritura concienzudamente y pide "mah, mamá"), hay cosas es que mejor no preguntar o te enfrentas a la respuesta que seguramente merezco, que debía ser algo como:

- Pues porque su hija se ha comido todos los libros de preescolar de esta planta y de la de abajo, los cuentos de disney (aquí hay que aplaudirla el buen gusto) y no ha dejado Pocoyo con cabeza. Su hija, señora, es una cabra montesa.

Prefiero pensar que esta es la verdadera razón y no que el afán recaudatorio del clero les lleva a estos extremos, porque mañana me veo pagando los condones en concepto de óbolo navideño. Ah, no que éstas no gastan.. pues las hostias.

Aunque esas se las daba yo gratis.

miércoles, 27 de octubre de 2010

lecherismo

Acabo de leer un post de Heike sobre el "lecherismo", fenómeno que ella define como "Dícese de la actitud ante la vida basada en vivir en el cuento de La Lechera de manera habitual". Pues bien, amigos, es la historia de mi vida.

El cuento de la lechera no os lo voy a contar aquí, que ya estais mayorcitos y os presupongo con una infancia leída. Y como todos os lo sabéis pues yo me alineo con Heike y me declaro fan del lecherismo, o más que fan, lo correcto sería decir "víctima" porque el lecherismo no trae nada bueno, señores.

De niña estaba convencida que iba a ser otra Schliemann y me ponía a escarbar en el jardín de casa buscando tesoros. De adolescente (a los doce años) que Mick Jagger iba a abandonar a la petarda de Jerry Hall por mí y nos íbamos a casar en las Barbados. Aquí el plan era más complicado porque se suponía que el señor Jagger se presentaría en mi casa a pedir mi mano, no se sabe cómo. Pero yo lo veía clarísimo sin tener en cuenta que yo:

a) no era supermodelo, como todas sus novias.
b) qué se le había perdido a él en mi pueblo.
c) no hablaba inglés más allá que la repetición fonética de sus canciones.
d) no nos conocíamos.

Más tarde estudié diseño de moda enamorada de las creaciones de Antonio Alvarado y Manuel Piña pero me topé con la realidad en forma de una profesora de costura y patronaje que me tenía ojeriza porque yo no iba a sus clases. "A mí que me cosan, coño -pensaba yo toda arrogante- los tecnicismos no me van que para eso soy una creadora". Suspendí, claro.

Después me matriculé en Historia, pero soñando con especializarme en arte. Y tuve que dar con una buenísma profesora de prehistoria que me hizo replantarme cambiar el arte por la paleontología. En segundo, mi profesor de etnología me convenció que lo mío era la antropología y así llegué al despacho del decano de una universidad privada para tratar de cursar sociología, el camino más cercano para llegar a antropología. La conversación fue más o menos así:

- Pero tú estudias historia? -señor decano-
- Sí, señor, por la tarde, en las mañanas trabajo hasta las dos.
- ¿Y a qué horas pretendes hacerlo? porque sólo hay dos turnos, mañana y tarde, son cinco horas lectivas...
- ¿Y si no duermo, me darían clases por la noche?

Aquel decano con sus detallitos sobre horarios me hizo fracasar como la brillante antropóloga que pude haber sido.

Luego me dió por vivir en otros lugares. He vivido en Londres, donde iba a retomar mis estudios de diseño en Saint Martins. En Lanzarote, donde iba a abrir un bar chill out con la mejor música de la isla. En Lisboa porque me gustaba la luz del atardecer y las casas tenían balcones altísimos. En Culiacán porque me iba a casar con un aprendiz de narco y yo podría estudiar la narcocultura en directo. En un pueblo pequeño pequeño para que mi hija pudiera ir al cole en bici y yo pudiera tener un huerto y el mandarín hacer su taichi mirando el río pasar.

Todo, huelga decirlo, sin moverme de mi ciudad, sin salir de casa, vaya. En mi imaginación prolífica y poderosa.

Mi última adquisición es lo que yo llamo "la acera de los sueños". Cuando voy cada mañana caminando a la oficina, circulo siempre por la misma acera y voy imaginando cómo voy a repartir los diez millones que me van a tocar en la lotería. Cancelamos las deudas a los amigos y familiares, compramos una casa enorme con jardín, y yo no tendré que dejar a mi pequeña en la guardería de las monjas-cuervo más porque podré ocuparme de ella.

Lo malo, queridos, es que ni siquiera juego. Y así el lecherismo sigue creciendo.

jueves, 30 de septiembre de 2010

cosas que una madre (primeriza) debe saber

Miren ustedes bien la fecha de caducidad de sus condones o pueden acabar como yo: FATAL.

Creo que es ahora cuando la verdadera dimensión de lo que supone la maternidad me está abriendo los ojitos ojerosos estos que luzco a duras penas. Es duro esto. Me ha costado casi quince meses reconocerlo, pero ahora lo hago, bajito y al oído pero lo hago.

Mi más rendida admiración hacia todas esas madres trabajadoras que llevan a sus retoños a la guardería hechos unos pimpollos, mientras cargan sus portafolios de ejecutivas y su melena perfecta a golpe de secador.

Desde que Lola va a la guardería yo no consigo llegar con el pelo en su sitio a la oficina. Y muchas veces, lo reconozco y no saben el dolor que esto me causa, tiro del odiadísimo chándal (eso sí, diseño malasañero gracias a la familia tensa que se lo regaló) porque dicen las monjas (esta es otra) que no se hacen con los petos monísimos, que son muy raros y que así no se manejan. Fuera petos y arriba el chándal, cielo santo.

Nos hemos visto obligados a llevar a Lola a una guardería de monjas porque era la única que podíamos pagar en un radio razonable entre nuestra casa y el trabajo. Y ahora mi niña señala al sagrado corazón como si fuera otro muñeco tipo Winnie the Pooh y a mí se me hiela la sangre. Mickey (que ya me fastidia bastante Disney), Pocoyo y la vírgen de la concepción. No me digan ustedes que es normal: los niños se han de quedar traumados venga rayos celestiales y sangre manando de heridas. La hostia, y nunca mejor dicho.

Mi niña llega a la clase y la recibe una monja pakistaní con su toca y su hábito, todo el kit completo: hasta las gafas de monja. Lola se pone a llorar, nos ha jodído¡¡¡, a ver quién es el guapo que no llora ante semejante panorama.

Yo salgo de allí con el corazón encogido y rezando (qué paradoja, no?) por que no la metan en la cabeza fantasías divinas que para eso ya estoy yo que hago volar los biberones como si fueran cohetes con sus ruidos de propulsión y todo. Y que me la devuelvan entera, que a esta gente le gustan mucho las reliquias y mi pequeña es muy bonita.

Pero es que además de las angustias metafísicas que me asaltan (sentido de culpa, responsabilidad, etc.) están las físicas, amigos. Y es que no ganamos para visitas al médico.

Yo, que me ufanaba de haber parido poco menos que a la hija de Aquiles: fuerte como un roble, inasequible a los males que aquejaban a toooodos los hijos de mis amigos y conocidos, ella, que no había probado paracetamol, ha llegado a la guardería y se ha hecho amiga íntima de todos los viruses y bacterias que pueblan la tierra y con todos llevamos conviviendo desde hace un mes.

Imagínense, amigos, un mes en los que hemos padecido juntas y al alimón (lo suyo es mío y juntas lo sufrimos) gastroenteritis, vómitos, diarreas, faringitis, otitis, dolores de muelas, gripe, resfriado común y del de edición especial con bonus track... su pediatra y yo estamos planeando las vacaciones juntas porque me va a salir a cuenta, no les digo más.

Estoy para el arrastre, con cinco kilos menos (yuju), unas ojeras que no se van con lejía, caminando como un zombi y sobreviviendo cada día como puedo en espera de que este tormentón pase pronto.

Esto en un mes, que como dice mi amiga Queenie, me quedan como 30 años por delante...

Y todo hay que decirlo, el artífice de que este delicadísimo equilibrio no se venga abajo es el mandarín. Él no se enferma, ni se pone de malas, ni me deja colgada. Él siempre está dispuesto, disponible y adelantándose a lo que hay que hacer con esa sonrisa maravillosa que ilumina los días tan difíciles que estamos pasando.

Es el tipo más grande que hay sobre la tierra.

Les dejo, que he de ir a ver a la pediatra de mi Lola, la visita diaria, ya saben.