martes, 6 de julio de 2010

Yo no era así (primera parte)

No me había dado cuenta que llevaba más de un mes sin escribir... un mes¡¡... Si es que esto es un no parar... cada vez me levanto más temprano y me acuesto más tarde.

Soy como el demonio de tasmania con bebé incluído, dando vueltas y vueltas a toda velocidad ocupando el tiempo cada vez en cosas más raras.

Por ejemplo, en el herbolario de la plaza me ven más que mi madre. Me puedo tirar horas leyendo etiquetas de productos con nombres de sobrina exótica (Amaranto, Quinoa, Lecitina) y convencerme en veinte segundos que si no tomo Hierbaluisa de los Valles Secos del Himalaya todas las mañanas, moriré en menos de dos semanas. Soy así de fácil, presa del nuevo consumismo "sea usté más sano que una manzana que yo ya le voy cobrando".

Arrugo la nariz ante la visión de un bocadillo de panceta y pasar por delante de una pizzería me provoca naúseas. Viene a mí, como volando, una visión apocalíptica de mis arterias atascándose con un trozo de mozzarella y siento taquicardia de pensar en toda la lecitina que tengo que emulsionar en aceite de oliva vírgen extra primera presión en frío para mantener a raya el colesterol.

Desde que leí los estragos que causa en el organismo mezclar hidratos de carbono con proteínas, entiendo perfectamente el conflicto palestino-israelí: la culpa de todo la tienen los filetes con patatas que se zampan en uno y otro lado y los ponen locoslocos y venga tiros (o piedras, según el bando). Hay que ver lo que hace una mala digestión. Y no os dais cuenta, álmas de cántaro.

Si todos comieran más lechuga el mundo iría mejor, con lo que calma, sedante-sedante. Pero por la parte verde, la que tiene clorofila, la que amarga, vaya, porque la parte rica, la blanquita es para los finos e ignorantes que se permiten el lujo de tirar media lechuga desconociendo que lo que le va a dejar niquelado es lo que comen los burros.

Dentro de poco me veo como nutricionistas a un mapache, un borrico extremeño y un muflón pirenaico que esos, seguro, no tienen colesterol ni obesidad ni nada malo.

Pero llevar este estilo de vida, la verdad, me está quitando la ídem. Todo el santo día diseñando menús que combinen adecuadamente proteínas con vegetales con cucamonas pero no tengan ajilimójili no sea que contamine. Y vete a la compra casi diario para que sea todo fresco, y de temporada, no sea que contribuyas al cambio climático por pedir naranjas en verano. Y no lo cocines demasiado, que se pierdan las propiedades (con lo que me gusta a mí un socarrat). Si se puede comer crudo, mejor. Dije crudo, querida, no vivo, suéltale el cuello al pavo¡¡.

Ponle algas a todo. A las lentejas. A la ensalada. Al desayuno. A la maceta. A mi Lola de peineta. Ay, qué rima¡¡ Sí, pero con algas. Coño con la algas, que mi casa parece un puerto pesquero, hombreya...

Oligoelementos a tutiplén. Manganeso. Fósforo. Un día van a venir los GEOS y nos van a detener por amenaza de guerra química cuando vean lo que nos chutamos para prevenir la alergia. Oiga que soy alergica al pólen... sí, sí, eso dígaselo al juez...

¿Se imaginan?, no, ya les digo yo que no se lo pueden imaginar. Esto hay que vivirlo. Y lo malo es que va a más. Hoy mismo me hecho en facebook de un grupo que se llama "soy fan de mi salud". ¿A que no estoy completa?.

Y esto respecto a la alimentación pero cuando les cuente que hago gimnasia diario, yo no sé qué me van a hacer...

P.D.: en la foto, como podrán suponer, el mandarín y servidora de la mano compartiendo la posturica del árbol. Las mallas, conste, son de comercio justo. Lo que no es justo es mi sueldo, pero ese es otro cantar. Ale, al yoga.